La difícil misión de ponerle valor a las cosas
Fuera de las materias troncales de la carrera, tuve pocas experiencias «agradables» con los docentes. En una Argentina pre corralito del 2001, era difícil conseguir motivación para ir a la Facultad a perder el tiempo escuchando tonterías, de gente con vocación reivindicativa, pero solo de la boca para afuera. Por no haber, no había ni bancos donde sentarse.
No era el caso de un profesor de Marketing II. Gagliardo, creo recordar que se llamaba. Me encantaban sus clases. Nos la pasábamos viendo capítulos de los Simpsons relacionados con la temática que teníamos que tratar. Y como dice @Mediotic: «para cada momento de la vida hay un capítulo de los Simpsons».
Estas semanas, con los coletazos de una crisis que se antoja interminable, asistimos a dos noticias que me hicieron reflexionar de distinta manera.
La primera; el fin del WhatsApp gratis. Y la segunda; el cierre de Google Reader a partir del 1 de julio de este año.
Con respecto a la primera, debo decir que en mi caso, lo tengo pagado desde que tenía iPhone con una licencia que, se suponía (aunque ahora no se sabe) era de por vida. Si no recuerdo mal, lo pagué 0,90 €. No es que le de demasiado uso, pero para una aplicación que si que utilizo por lo menos una vez al día, no me parecía, ni me parece, un precio descabellado. Es más, me parece económico. Por eso asisto estupefacto a las manifestaciones de odio y principios de boicot, por parte de gente que no se desprende de la herramienta ni para ir al baño.
Que si, que hay opciones gratuitas. Pero resulta que de mis contactos no está ni el Tato en esa. Entonces no me sirve más que para mandarme stickers a mi mismo.
El error de WhatsApp (a mi modesto entender), fue no enfocar su modelo de negocio desde el minuto cero. O tal vez, subestimar el grado de sobredosis «enganche» que iba a tener la gente con su aplicación, y la dependencia que iba a generar.
Si hubiesen implementado un sistema Freemium desde el principio, con una cantidad de mensajes por mes que permitiese probar de manera significativa la herramienta, y cobrar por el exceso de mensajes; hoy no veríamos las manifestaciones de los pseudo inquisidores del primer mundo.
Desde el principio de los tiempos se sabe que lo que no cuesta, no se valora. En los aspectos que se os ocurra y con lo matices que le queráis poner en el medio. Pero esto es así y punto.
Un momento de abundancia y estupidez universal nos ha acostumbrado al «todo gratis». Música, películas, libros, noticias, etc, etc, etc. No estoy hablando de defender la Ley Sinde(fensa). No es eso. Existe un punto en el medio, que es donde yo estoy (o creo estar), que es el de valorar las creaciones de otros y ponerle un valor que permita a ese creador, vivir dignamente de lo que crea. No a sus intermediarios ni burócratas como con la industria de la música.
Pero hay que mantener la rueda de la creación y la calidad en movimiento. El buen periodista merece vivir de lo que escribe, el director y el actor tienen que recibir un beneficio de su película, y el escritor, merece que yo le pague por trasladarme a otros mundos y espacios con sus palabras.
Y eso, no entra dentro de la factura del ADSL como algunos quieren creer. Tenemos que acostumbrarnos a pagar por contenidos de calidad. Un precio justo, eso si. Pero debemos pagar. Toda mi vida he vivido de lo que sale de mi cerebro. Y en el 90% de los casos, esas cosas que creo no se materializan físicamente. Son ideas, bits y diseños digitales. Y yo cobro por ello. Más, menos, poco, mucho; depende de qué y a quien.
Tenemos que darnos cuenta que la foto que sacas de Google Images pertenece a alguien que la sacó. Que la presentación que te bajas de Slideshare para subirla luego sin permiso a tu perfil, le tomó horas (o semanas) de trabajo a alguien. Y que se merecen su reconocimiento. En mención, en dinero o en lo que sea. Pero basta de pensar que en Internet todo es gratis.
Lo único que provoca ese pensamiento es mediocridad y hundimiento de todo el sistema. Como profesionales que intentamos ser de y para Internet, es deber nuestro preservar el medio. Cuidarlo y sanearlo. Y tratar de quitarnos de encima a aprovechadores y piratas.
Y qué pasa que aun no hablé de Google Reader? Pasa que creo que por mucho que nos cabreemos Google Reader no es viable para Google. No es que no cuide a sus usuarios. Vive de ellos. Lo que pasa es que por cuatro frikis (dentro de lo que me incluyo), no puede no soltarle la mano a este servicio que empezó como experimento y al que poca, o ninguna atención, más allá de maquillajes; le ha prestado. Ahora dicen algunos: «yo habría estado dispuesto a pagar». Y yo me pregunto: tienes la más mínima y remota idea de cuánto cuesta mantener un servicio como Google Reader?. Estarías dispuesto a pagar, digamos… 300 U$S por mes por Google Reader?
Por mucho que te enfades. Y me enfade. No somos representativos del uso de Google Reader a nivel universal. Entonces, si a Page o Brin se les ocurre cerrarlo, están en todo el derecho del mundo de hacerlo. Que te fastidia? Por supuesto. Igual que a mi. La diferencia es que yo no me creo con derecho a levantar la voz por ello.
Se trata de dinero. Del vil metal. Lamentablemente, hemos crecido usando (y abusando) de un sistema donde no se pagaba por nada. Pero al igual que con todo el resto de las cosas de la vida, tenemos que darnos cuenta que la cena se acabó. Y ahora es tiempo de pagar a escote la factura. O quedarse a lavar los platos.
Si pudiese resumir en una frase todo esto diría que: «Todo tiempo pasado, fue gratis».
HE-NORME. Sí, con h 🙂
Diría que todo lo que dices es una lista de obviedades que no merecen un blog, pero no, parece que no es así, mal vamos 🙁
Pues para ser obvio, tengo poca compañía.
Gracias por pasar por el blog y comentar. En los tiempos que corren, es un gesto que merece ser reconocido