Adiós Juanjo

Son las 18:58. La gente va llegando en masa para ser testigos del acontecimiento. Dos pequeños se quedan un poco atrás y su madre se da vuelta para cogerlos de la mano y apurar el paso. Nadie quiere perder su lugar de privilegio desde donde ser testigos de un antes y un después en la vida del pueblo.

Juanjo se termina de cerrar su chaqueta. Se enfunda su gorra lustrosa y coge el banderín. Está contento. Como todo el que sabe que ha cumplido con el deber que le han encomendado lo mejor que supo. Siempre con su mejor cara. Haga frío o calor. Durante 43 años. Sin faltar ni un sólo día, salvo dos, en el que una piedra «escupida» de un durmiente le golpeó en la cabeza. Pero también está triste. Sabe que será su último día en «su» estación. Por donde ha visto pasar nada más ni nada menos que a 6 jefes de estación.

Llegó puntual, un minuto antes de las 19:00, como siempre, al paso a nivel donde animó a los coches más cercanos a pasar antes de activar la manivela que baja la barrera. «Su» barrera.

A las 19:01 luego de recoger a los últimos pasajeros rezagados en la estación, el tren pasó por delante de Juanjo ofreciéndole un estruendoso saludo con su silbato. Éste, emocionado, lo devolvió quitándose su gorra y moviéndola con su gran brazo izquierdo.

Apenas terminó de pasar el último vagón del tren, todo el público que se había reunido al costado de la calle, rompió el silencio dedicándole a Juanjo un estruendoso aplauso de más de un minuto.

Sin volverse a poner la gorra, Juanjo cruzó su brazo izquierdo por su estómago e inclinándose hacia adelante, hizo una reverencia respetuosa y estoica.

Y así se fue. Como cada día. Con una sonrisa en la cara. Con paso firme. Y con el cariño y el respeto de todos.

Juanjo es (era) guardabarrera. Una función imprescindible en las estaciones de ferrocarril de todo el mundo.

Imprescindible hasta que se pudieron hacer túneles. Imprescindibles hasta que se pudieron soterrar las vías. Imprescindibles hasta que sistemas automáticos empezaron a gestionar electrónicamente las barreras sin tener que rezar que Juanjo no enferme o le pase algo 4 veces al día.

¿Alguien quería que Juanjo se quede sin trabajo? Por supuesto que no.

¿Alguien quería que Juanjo tuviese que reconvertirse en algo que no es hasta que le llegue la edad de jubilación? Por supuesto que no.

Pero no hizo falta. Juanjo, con la sabiduría y la simpleza con la que vivió, lo entendió en pocas palabras la vez que en una mañana de invierno, le contaron que para julio, el túnel estaría terminado y que su trabajo de guardabarrera ya no sería necesario.

De eso se trata el progreso. De pensar en el bien común. Aunque a ti te derrumbe tu modo de vida.

Mucho se ha escrito sobre los puestos de trabajo que ha quitado la tecnología. Pocos han escrito sobre los miles de millones que ha creado. Sobre las nuevas profesiones que ha inventado. Sobre la mejora que ha significado para nuestras vidas. Sobre las posibilidades de escalabilidad social que ha proporcionado.

Cuando empecé mi carrera no se usaban ordenadores para editar. Y los originales de imprenta todavía se terminaban a mano.

No ha pasado ni un solo año de los 20 que llevo de experiencia en el que no me haya tocado «reinventarme» un poco. En gráfica y publicidad hay decenas de trabajos de «guardabarreras» que ya no existen.

Está muy bien y es loable tratar de legislar para equiparar derechos y obligaciones, pero es imposible luchar contra el progreso. Porque aunque desde nuestro punto de vista individual, muchas veces parezca injusto; siempre prevalece por el bien común.

Por lo tanto, cambiemos el viejo refrán y empecemos a decir que: «todo tiempo pasado fue… ANTERIOR».

PD: Juanjo ahora está en una mesa de información que antes no existía, recomendando buenos lugares que visitar (y dónde comer) en el pueblo.